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INTERVENCIONES Desde pequeña me gusta mandar, hablar en público, las cosas de la calle.
 

Elogio de lo pequeño

Congreso Internacional de Minificción (Nuevos modelos de escritura), Universidad de Salamanca, Facultad de Filología, 14 de Noviembre 2002)

Me fascinaron mis hijos recién nacidos, sus dedos pequeños, sus zapatitos claros, sus calcetines blancos.

Me gusta el perfume francés, los compartimentos para el veneno que tienen algunos anillos, las cucharillas de plata,  las perlas cultivadas, los vasos de licor, las pestañas especialmente cuando caen sobre el lavabo, los lápices, las gomas, los bolígrafos, los cuadernos de hule, los guantes de ante, las mariposas, los peces colorados, los gorriones, las hojas colgadas de los árboles, las amapolas al borde de la carretera, los paisajitos holandeses al fondo de los cuadros, la carta que lee esa mujer, la caligrafía japonesa, esa esquina de sus ojos cuando sonríe.

Creo que ser escritor es eso: fijarse en lo pequeño, en lo ínfimo, en el pliegue de una tela, en el borde de las aceras, en lo que pasa desapercibido para el común de los mortales. Eso es lo que me hace admirar a los escritores, eso es lo que me hace desear ser como ellos.

Pienso que escribimos mini ficción no porque estemos seducidos por Internet, que lo estamos. No porque queramos escribir en el tamaño de la pantalla de nuestro ordenador, que queremos. No porque no soportemos ser pesados, hemos leído a tantos escritores pesados que eso no sería lo más grave.

Escribimos mini ficción porque queremos atrapar esa idea volandera que ahora está ahí pero tiende a escaparse y que, si nos demoramos mucho, acabará yéndose con otro como una amante infiel. Ese brillo de los zapatos de los ricos que hiere la pupila de los pobres. Esos pájaros que se cuentan las penas en las ramas, esos coches que juegan a los dados en las esquinas de la ciudad. A veces no los valoramos mucho porque no tienen el recorrido físico de un texto largo, pero son más, infinitamente más nuestros que los intentos de construir una novela. Igual que son más nuestros los recuerdos de cuando  hacíamos un castillo en la orilla que el mar borraría a la tarde o una cabaña de ramas en el campo  que luego abandonaríamos. Mucho más verdaderos que lo que nos costó decorar la casa cuando nos casamos, aquella enorme casa hecha con ladrillos y de muchos pisos. Los micro cuentos son el paraguas que nos protege de la lluvia, la cerilla que nos ilumina para meter la llave en la cerradura  que abrirá la puerta de la casa. No son el techo de oro del palacio de los Ponteleone de el Gatopardo, ni el fuego del infierno de Dante. Pero son humildes y brillantes. Ingeniosos y sin pretensiones por eso los queremos. Casi nadie se va a hacer famoso por dar en el clavo en cuatro, cinco o quince líneas pero seguramente lo va a pasar mejor que muchos escritores que se creen serios.

Porque los micro cuentos son sobre todo eso: una expresión vital, suelta, desenfadada e irrespetuosa del placer de escribir, del placer de leer. Tienen esa levedad que posee la buena literatura. Escribir micro relatos es llevar la renuncia que significa trabajar en un cuento a sus últimas consecuencias.

Creo que desde el Ministerio de Educación Cultura y Deporte es hora de que desdramaticemos la lectura. “Nuevos formas de lectura y escritura...” puse en la memoria que justifica que el Departamento contribuya a este Congreso, que lo apoye con entusiasmo. Mentía. Son formas tan antiguas como el refrán, como la greguería, como el haiku, como la oración. Expertos más expertos que yo hablarán sobre ello estos días por eso es el momento de callarse. Pero quizá su carácter lúdico y la capacidad de enganche que tienen para los jóvenes que quieran empezar  a leer autores de calidad y a escribir ellos mismos textos literarios les hace especialmente apropiados para que el mundo educativo se preocupe de ellos.

 Acabaré con un micro relatista que promete y que se llamaba Jorge Luis Borges:
 “Creo que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido; la lectura no debe ser obligatoria ¿Debemos hablar de placer obligatorio?¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¡Felicidad obligatoria! La felicidad también la buscamos. (...) La lectura debe ser una de las formas de la felicidad, de modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores de mi testamento -que no pienso escribir- que leyeran mucho, que  no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando una felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer”(1)

Lo mismo pasa, digo yo, con la escritura breve. Nunca será obligación sino placer, felicidad. Así que señores, hagan juego. Y, por favor, durante estos dos días, sean felices.
María Tena

(1) Borges, profesor Emecé Barcelona 2002

 

Maria Tena
 
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