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BIOGRAFÍA Lo que es perverso para cualquier escritor serio es tener prisa
 

Entrevista para Escuela de Escritores

¿Qué te sugiere la frase «El escritor nace, no se hace»? ¿Crees que se puede aprender —y enseñar— a escribir?

Los grandes escritores nos muestran que su arte consiste en una mezcla bien dosificada de talento, técnica, trabajo y deseo. El talento no se enseña, unos nacen con él y otros no, qué le vamos a hacer. Los otros tres ingredientes indispensables pueden enseñarse y contagiarse. En mi caso, la vocación de escritora, mi deseo de escribir, siempre estaba allí pero hasta que no asistí a un taller con Luis Landero no me di cuenta de que además de cultivarla había que ser fiel a esa vocación, tomársela en serio. Ese taller fue como la chispa encima de una cocina de gas. La llama hizo que la pasión se propagase y desde entonces no ha cesado de quemarme. Casi puedo decir que, como escritora, soy el producto de un taller literario ¿Cómo no voy a creer en ellos? 

¿Qué significa para ti tu labor como profesora? ¿Cómo y por qué comenzaste a impartir clase?

Ser profesora de un taller literario es algo parecido a propagar la buena nueva. Al hacerlo intento transmitir todo lo que me apasiona, lo que me ayuda a vivir. La literatura, la escritura dan sentido a la realidad y trabajar con escritores es participar de esa búsqueda, compartir las mismas inquietudes. Este es un oficio incierto con pocas reglas y con ningún dogma y por eso mismo es tan libre, tan emocionante. Compartirlo es casi un deber pero sobre todo un placer.

¿Cuál es tu relación con el resto del equipo de la Escuela?

Si algo me gusta de la Escuela de Escritores es la relación abierta que hay entre los profesores. En un país donde la envidia es el pecado capital por excelencia es inconcebible encontrar este reducto. Un grupo de escritores cabezones que no paran de dialogar sobre su trabajo docente y la escritura, que se animan y se ayudan entre sí. “El resto del equipo” es un equipo, qué más se puede pedir.

¿Cuáles son las peculiaridades de tu metodología, aparte de la mecánica común a todos los talleres? ¿Te sientes libre a la hora de aplicar tu criterio pedagógico?

Además de la carrera de Literatura y de todo lo que he leído, devoro cada libro de técnicas literarias que encuentro. Eso hizo que me apeteciera escribir mi propio temario incidiendo, sobre todo, en lo que a mí suele ayudarme cuando me pongo a escribir. Cada grupo y cada alumno necesitan además un seguimiento individualizado. En el foro intento contestar a todas las preguntas que van surgiendo que suelen coincidir con muchas que yo misma me hago. La metodología se adapta al nivel de cada alumno. Con los principiantes predomina la motivación, intentar contagiarles la pasión de escribir y hacerles ver que dentro de cada uno de ellos hay todo un mundo de materiales que, bien usados, se pueden convertir en literatura. Soy  más exigente con los que llevan más tiempo escribiendo pero jamás les falto el respeto. En mi taller todos son tratados como escritores desde que ponen un pie en el aula, sea esta virtual o presencial. Escribir es un trabajo muy solitario y tan noble que el simple hecho de intentarlo (todos estamos continuamente intentándolo) supone un esfuerzo que merece toda mi admiración. Eso no quiere decir que no les diga lo que supone ser escritor. No solo lo que se arriesga sino a todas esas cosas a las que, si se lo toman en serio, tendrán que renunciar. Me siento muy libre, no toleraría otra cosa.

¿Qué clima te gusta y procuras que se cree en tus grupos de trabajo?

Un clima muy cercano. Por ahora he tenido mucha suerte, unos alumnos abiertos y muy charlatanes que demuestran un interés cotidiano por su trabajo. Puedo presumir de que casi todos mi ex alumnos son ahora amigos queridos. Algún pesado también hemos sufrido. Algunas veces llega ese tipo de persona que lo que viene es a presumir más que a aprender. Con esos es casi imposible trabajar por mucho que les diga que yo siempre seré una principiante, que en este oficio hay que ser humildes y estar siempre dispuestos a aprender y, sobre todo, a corregir mil veces y a borrar mucho. Unos pocos, y me cuesta decirlo, no tienen remedio.

¿Consideras la enseñanza como un intercambio? ¿Qué te enseñan tus alumnos?

He tenido alumnos excepcionales a los que en algún momento he confesado que me gustaría plagiarles. Incluso les he pedido prestada alguna idea. La mayoría me dan una lección de entusiasmo, de pasión literaria, que me carga las pilas. También aprendo de sus errores que son, a veces, parecidos a los míos. Es curioso como después de años comentando textos ajenos uno sigue sin ver claro sus propios errores. A veces releo lo que les digo y me lo aplico a mí misma.

¿Cuáles son las cualidades necesarias, según tu opinión, para ser un buen profesor de un taller?

Leer y haber leído mucho a los escritores grandes, son los mejores maestros. Conocer la naturaleza humana y estudiar las técnicas. Además hay un olfato especial para dar consejos. Algo misterioso, una intuición indefinible para analizar un texto que solo se desarrolla con la experiencia. A veces hay cosas que no encajan, que no me gustan. Un disgusto cuya causa no alcanzo a  explicar. Decía  mi padre que sobre gustos hay mucho escrito pero que hay que leerlo, quizás esa es sea respuesta. 

Dentro de tu campo didáctico, ¿En qué partes te gusta profundizar?

Intento profundizar en el potencial que cada alumno tiene, sin prejuicios previos. Aunque una novela o un relato no coincidan con mis gustos literarios si hablan de un buen conflicto y un personaje convincente, si tienen fuerza y originalidad, si saben mostrar escenas visibles y que mantienen el interés, aplaudo. El estilo, la ortografía, la corrección sintáctica vienen después, lo que más me preocupa es la historia. Si la historia es buena casi todo lo demás está ganado.

¿Qué opinas de los concursos literarios? ¿Y del afán de publicar?

Me fío de muy pocos concursos literarios. Se ha montado tanto negocio alrededor, que cualquier concurso cuyo premio pase de una determinada cifra huele a chamusquina.
Sin embargo hay todavía instituciones y editores que convocan concursos honrados y leen todos los originales que les llegan. Benditos sean. Yo he tenido esa experiencia y por eso no puedo llevar mi escepticismo hasta el límite. El afán de publicar es legítimo. El lector completa el libro, le da sentido. Una carta inteligente de un  lector atento da más satisfacción que ganar mil concursos literarios. Lo que es perverso para cualquier escritor serio es tener prisa. Cada libro tiene su tiempo de escritura, como un embarazo. No vale saltarse etapas. Un libro no es viable hasta que no se ha trabajado, corregido, releído. Hay muy pocos autores que puedan escribir un gran libro de un tirón. El talento es también una larga paciencia como decía Buffon.

¿Cómo compaginas la labor como profesor con tus propias creaciones?

Duermo poco, trabajo mucho y cada trabajo bebe de los otros. Complicado pero, hasta ahora, posible.

¿Cuál es tu escritor favorito? ¿Por qué? ¿Qué libro estás leyendo en la actualidad?

Mi escritor favorito es siempre el último que he leído con pasión. Los últimos libros que he devorado son Middlesex de Eugenides, Expiación de Mac Ewan, Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg. Intimidad de Kureishi, la trilogía de Calvino, los diarios de Pavese, Suspense de Highsmith…en fin, miles. Hay tantos. Luis Landero es mi maestro y prefiero no hablar de ningún otro escritor español porque son amigos y están demasiado cerca.

Sabemos que compaginas tu actividad como profesora y escritora con un importante cargo en la Administración, que implica largas jornadas, viajes, etc. ¿Cómo te organizas?, ¿qué puedes contarle a todos aquellos que no encuentran tiempo para escribir?

Escribir es más una cuestión de deseo que de tiempo. Dicho esto, me organizo fatal. A pesar de que trato de llevar una gestión del tiempo muy estricta, con mucha exigencia, siempre me faltan horas para estar sola, para pensar en las musarañas, para aburrirme de leer y releer, de escribir, de corregir. Quizás por eso el deseo nunca cesa, ahí está escondido detrás de cada hoja que escribo, en cada minuto libre que me queda. Jorge Edwards decía que la escritura antes que nada es una forma de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo mismo. Él también tuvo otros trabajos absorbentes, por eso siempre me he sentido identificada con esa frase de su discurso cuando recibió el Cervantes.

Tu primera novela, Tenemos que vernos, fue finalista del Premio Herralde de novela y fue publicada por la editorial Anagrama. ¿Tendremos que esperar mucho para la segunda?

Ahora reviso una novela que terminé, o casi terminé hace un año inspirada en los  hospitales por los que he pasado. Quedó también semifinalista del Herralde pero sigo corrigiéndola, me cuesta darla por acabada. Espero que pronto salga a la luz.
Mientras tanto estoy escribiendo otra. Sé que con esto digo poco pero una obra en marcha, que se está haciendo, necesita mucho silencio para crecer. Dejemos que lo haga.

Maria Tena
 
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